Takashi Arima, Japonés

Las palomas de hiroshima

Cucurrucucu, cucurrucucu
cuánta ausencia,
cuánta, cuánta, cuánta...
las palomas, una a una, han echado a volar
desde la plaza al final de la mañana.
Y giran ahora lentamente
sobre el río Motoyasu.
Fuente centellante, un poco más aún
brota más alto hacia este cielo
de pleno verano
Brisa que languideces en medio del bochorno,
sé más clemente,
sopla más fuerte desde la orilla,
que se sienta tu caricia.
Me he detenido ante el sauce llorón
que roza el monumento de Miekichi Suzuki
cerca del puente Aioi.
Más inclinadas aún
que la ruina decadente de la cúpula
gimen las sombras breves
de una multitud de muertos.
Cucurrucucu, cucurrucucu,
¿será tal vez una alucinación?
desde más allá de la calima caliente
se aproximan viejos tranvías
de pasajeros inmóviles,
que tienen por nombres barrios de kioto
“Gion” “Nishijin” “kingakuji”
palomas que pasais por lo alto
para alcanzar la orilla del motokawa
quisiera que vuestro griterío resonara
bajo la bóveda intensamente azul del cielo
más fuerte que los clamores que se escapan
del estadio próximo.
Cuánto dolor,
cuánto, cuánto, cuánto,
Cucurrucucu, cucurrucucu,

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